martes, 10 de abril de 2012

Mirando el techo


Y fue entonces cuando el dolor de sus heridas creció,
se quedó inmóvil mirando un punto fijo de aquel techo blanco y roto de su cuarto.
No tenía nada en mente, tan solo un par de recuerdos amargos,
y el dolor volvió con aquellos tristes recuerdos,
sus heridas se abrieron de nuevo y no hubo manera de calmarlos.
Las palabras pasaban por su mente como una lluvia abundante en otoño,
aquel techo necesitaba una capa de pintura,
las telarañas lo estaban consumiendo igual que los recuerdos a ella.
No podía moverse, no podía chillar, llorar, o pegar a la pared,
sólo podía quedarse allí, en aquel rincón de la habitación,
al lado de un radiador que le daba calor, y una ventana por donde entraba el frío.
Así se sentía ella.
Había pasado los tres meses más impresionantes de su vida,
él le había proporcionado todo el calor que no tenía ella,
o almenos el que sentía que no tenía.
Si había una discusión en casa, ella le llamaba a él,
si una amiga le reprochaba algo, ella hablaba con él,
si en los estudios no le salían las cosas bien, ella lo buscaba a él,
y siempre lo encontraba en el mismo lugar de la pantalla del ordenador,
gracias a aquella gran distancia que había y que en realidad no era tanta.
Y entonces un día sin buscarlo, apareció,
y con él aparecieron las heridas y esa ventana abierta por donde no paraba de entrar un frío viento.
Una ventisca que arrasó con todo lo que había en su pequeño cuarto, en su pequeño corazón.
Aquellas palabras fueron ese viento, esa ventisca que dejó desnudo su ahora frío corazón.

Y él obtuvo lo que tanto había anhelado, obtuvo lo que persiguió durante meses;
dejar huella en ella, y de que manera la dejó.
Que queriendo olvidarse de ella, sólo pudo dar unos pasos atrás.
No la olvidó, es más, la recordó cada día que pasó,
cada instante en que ella ya no lo buscaba,
y cada mirada que ella en la distancia le dedicaba, acompañada siempre por una sonrisa.
Y él, triste y desconsolado, no podía dejar de pensar en ella,
que en vez de ayudarla a olvidarse de él para no hacerle daño,
le dejó un cuarto de corazón olvidado en ese rincón de su habitación,
mirando al techo, pensando tan solo, que le hacía falta una mano de pintura.

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