Hay veces que es mejor callar, y otra que es mejor no parar
de hablar. Estás en un punto que no sabes si chillar, reír o llorar. Es
uno de esos momentos en que te viene todo lo malo de golpe, y no puedes hacer
nada para evitarlo. Días en los que todo iba bien hasta que la cagaste y el
karma te la devuelve multiplicado por dos. Porque si haces algo mal, luego todo
saldrá de la forma adecuada para que nada salga bien a tu alrededor. Pequeños
errores humanos, que si se hacen repetidamente, aunque sea sin querer, pueden ser
fatales. Pueden romper amistades verdaderas, amistades con años de antigüedad.
Pueden romper la relación tan estrecha que tenías con la única persona que te
entendía. No es coincidencia cuando más de la mitad de las personas que te
conocen te abandonan porque dicen que no hay quien te aguante. Que solo haces
que cagarla, meter la pata continuamente, y fallar una y otra vez a esas
personas tan importantes. Dicen que si de verdad hicieras algo para
solucionarlo, no sucedería una y otra y otra y otra vez. Quieres compensar el daño hecho, y no sabes cómo. No lo sabes, porque esa persona a la que le has
fallado, te ha dicho que se ha cansado de tus errores continuos. Que no aguanta
más malos momentos, esperas incesantes, aguardando a alguien que no llega
nunca. Que se ha cansado de no decir nada, y aceptar las disculpas sin más. Y
ahí es cuando se parte tu alma en dos y no entiendes como puedes cagarla tanto.
Cómo puede ser que siempre ocurra lo mismo y que nunca tengas una amistad
duradera. Porque los pequeños detalles son importantes pero casi nadie los ve.
Pero si son errores, pequeños errores, tampoco nadie los ve, pero se acumulan en
silencio, y un día estallan en tus narices y no puedes hacer nada para pararlo.
Intentas luchar contracorriente, intentas evitar que se rompan esos lazos que
te unen con la persona que más quieres. Que no es familia de sangre, pero
debería. Aquella persona que ha estado contigo en cada momento de tu vida, en
los momentos más duros y los más alegres. Los momentos más vergonzosos, y los
que se muestran con orgullo. Alguien con quién has reído y llorado al mismo
tiempo de alegría y de tristeza. La persona que entiende y conoce cada recoveco
de tu mente, y que con sólo una mirada sabe si estás bien o mal, alegre,
triste, con ganas de llorar, gritar o matar a alguien. Esa persona que
lo sabe todo de ti. Y es en ese punto de la amistad que tanto conoces, que por
fallos continuos no puedes evitar que se vaya resquebrajando esa alianza.
Lloras y lloras, y odias tus fallos, sabiendo que podría haberse
evitado de haber pensado antes. Pero eso no lo verá, porque ya no quiere saber
nada de ti. Porque se ha cansado de ti, como todo el mundo hace en un punto
determinado del conocimiento de tu vida. Pedirás perdón y de nada servirá, porque el daño es mayor del que creías. Sólo piensas como reparar el daño, y el dolor y el odio hacia uno mismo nublan la mente, haciendo que la tarea de buscar una solución sea más difícil. Y entonces sólo se te ocurre decir una cosa, y aunque la hayas repetido mil veces, sabes que es de corazón, y eso debería valer si la amistad es verdadera. Y lo dices desde tu más profundo arrepentimiento, desde el fondo de tu ser sólo puedes decirle a esa persona que escuche tus más sinceras disculpas. No te queda nada, tan sólo dos palabras. Lo siento.
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