martes, 10 de abril de 2012

Rompiendo lazos


Hay veces que es mejor callar, y otra que es mejor no parar de hablar. Estás en un punto que no sabes si chillar, reír o llorar. Es uno de esos momentos en que te viene todo lo malo de golpe, y no puedes hacer nada para evitarlo. Días en los que todo iba bien hasta que la cagaste y el karma te la devuelve multiplicado por dos. Porque si haces algo mal, luego todo saldrá de la forma adecuada para que nada salga bien a tu alrededor. Pequeños errores humanos, que si se hacen repetidamente, aunque sea sin querer, pueden ser fatales. Pueden romper amistades verdaderas, amistades con años de antigüedad. Pueden romper la relación tan estrecha que tenías con la única persona que te entendía. No es coincidencia cuando más de la mitad de las personas que te conocen te abandonan porque dicen que no hay quien te aguante. Que solo haces que cagarla, meter la pata continuamente, y fallar una y otra vez a esas personas tan importantes. Dicen que si de verdad hicieras algo para solucionarlo, no sucedería una y otra y otra y otra vez. Quieres compensar el daño hecho, y no sabes cómo. No lo sabes, porque esa persona a la que le has fallado, te ha dicho que se ha cansado de tus errores continuos. Que no aguanta más malos momentos, esperas incesantes, aguardando a alguien que no llega nunca. Que se ha cansado de no decir nada, y aceptar las disculpas sin más. Y ahí es cuando se parte tu alma en dos y no entiendes como puedes cagarla tanto. Cómo puede ser que siempre ocurra lo mismo y que nunca tengas una amistad duradera. Porque los pequeños detalles son importantes pero casi nadie los ve. Pero si son errores, pequeños errores, tampoco nadie los ve, pero se acumulan en silencio, y un día estallan en tus narices y no puedes hacer nada para pararlo. Intentas luchar contracorriente, intentas evitar que se rompan esos lazos que te unen con la persona que más quieres. Que no es familia de sangre, pero debería. Aquella persona que ha estado contigo en cada momento de tu vida, en los momentos más duros y los más alegres. Los momentos más vergonzosos, y los que se muestran con orgullo. Alguien con quién has reído y llorado al mismo tiempo de alegría y de tristeza. La persona que entiende y conoce cada recoveco de tu mente, y que con sólo una mirada sabe si estás bien o mal, alegre, triste, con ganas de llorar, gritar o matar a alguien. Esa persona que lo sabe todo de ti. Y es en ese punto de la amistad que tanto conoces, que por fallos continuos no puedes evitar que se vaya resquebrajando esa alianza. Lloras y lloras, y odias tus fallos, sabiendo que podría haberse evitado de haber pensado antes. Pero eso no lo verá, porque ya no quiere saber nada de ti. Porque se ha cansado de ti, como todo el mundo hace en un punto determinado del conocimiento de tu vida. Pedirás perdón y de nada servirá, porque el daño es mayor del que creías. Sólo piensas como reparar el daño, y el dolor y el odio hacia uno mismo nublan la mente, haciendo que la tarea de buscar una solución sea más difícil. Y entonces sólo se te ocurre decir una cosa, y aunque la hayas repetido mil veces, sabes que es de corazón, y eso debería valer si la amistad es verdadera. Y lo dices desde tu más profundo arrepentimiento, desde el fondo de tu ser sólo puedes decirle a esa persona que escuche tus más sinceras disculpas. No te queda nada, tan sólo dos palabras. Lo siento.

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